DE LAS ENFERMEDADES ENDÉMICAS, EL CONGRESO ANFICTIONICO, EL CANAL DE PANAMÁ Y LA ELEGÍA A LA FIEBRE
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- 14 ago 2019
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DE LAS ENFERMEDADES ENDÉMICAS, EL CONGRESO ANFICTIONICO, EL CANAL DE PANAMÁ Y LA ELEGÍA A LA FIEBRE AMARILLA
Escrito por el Lic. Eric Antonio Ureta S.
Segundo Secretario de Carrera Diplomática y Consular.
En este año, en que conmemoramos los 500 años de la Fundación de la Ciudad de Panamá (1519), podemos asegurar que desde los primeros años de su existencia, sufrió críticas por parte de algunos viajeros, en cuanto a la falta de pulcritud e higiene de la misma. En su obra “Crónicas Reales de los Incas”(tomo 2, libro 9, cap. 22, 262), el cronista peruano Garcilaso de la Vega el Inca, en su paso por Panamá La Vieja en 1560, en viaje de tránsito hacia la Península Ibérica, narra sobre la gran cantidad de ratas, que vio pululaban en la ciudad, de la siguiente manera:
“Estos roedores, se han extendido infinitamente por los pueblos de la costa y son tan grandes que los gatos no se atreven ni a mirarlos ni a atacarlos. Para controlar la plaga, en Panamá, en Nombre de Dios y otras villas costeras, en días escogidos y anunciados por pregones, los vecinos echan «rejalgar» (arsénico) en los alimentos más gustados por las ratas. En Panamá, sitio de cruce, el viajero observó el resultado de este método de saneamiento: «Cuando llegué a Panamá, viniendo a España, debía de haber poco que se había hecho el castigo [la desinfección], que, saliendo a pasearme una tarde por la ribera del mar, hallé a la lengua del agua tantas [ratas] muertas, que en más de cien pasos de largo y tres o cuatro de ancho no había dónde poner los pies; que con el fuego del tósigo (veneno) van a buscar el agua, y la del mar les ayuda a morir más presto».[1]
El narrador Garcilaso de la Vega el Inca, concluye su relato sobre el Panamá de entonces, recordando las plagas de ratas y los daños que causan en los depósitos de alimentos, huertas y cultivos vecinos, siempre relacionando a estos roedores, con la transmisión de pestes, enfermedades pandémicas y la misma muerte, sobre todo entre la población autóctona, que carecía de inmunidad natural contra muchas de estas enfermedades contagiosas traídas por los conquistadores europeos.
En estos primeros años de la Colonia Española, los escasos hospitales existentes en Panamá La Vieja, estaban a cargo de las órdenes religiosas y funcionaban gracias a las limosnas, aunque lamentablemente se decía que en los mismos, eran más los pacientes que morían que los que sanaban.
En su libro “Arquitectura, Urbanismo y Sociedad”, el Dr. Alfredo Castillero Calvo, describe a la Ciudad de Panamá La Vieja antes del saqueo del pirata inglés Henry Morgan en 1671 y, de su traslado a su sitio actual en 1673, como: “ruidosa, sucia, con pocas comodidades”, y que,“el tropel de recuas y a veces de centenares de mulas a la vez era un espectáculo habitual”,añadiendo que,“la suciedad y malos olores de la calle y de los patios y traspatios, sobre todo donde había caballerizas, y donde además se ubicaban las huertas, depósitos de leñas y alimentos, y a veces, también, hasta gallineros – como todavía subsiste en el interior del país-“.[2]
Al ser trasladada la Ciudad de Panamá La Vieja, que tenía una superficie de 59 hectáreas a su nuevo sitio, en la ciudad amurallada del Casco Antiguo de Panamá en el siglo XVII, en una superficie de 20 hectáreas, al oeste a 13 kilómetros de distancia, fueron trasladados sus órdenes religiosas, templos, calles, plazas, edificios y casas suntuosas, desde su antiguo sitio, algunos piedra por piedra transportadas en carretas a sus nuevos solares, que fueron reproducidos con la misma arquitectura anterior, aunque muchas de las nuevas casas habitacionales intramuros fueron construidas de madera, y luego de los tres incendios en el siglo XVIII: 1737 (el Fuego Grande), 1756 (el Fuego Chico) y 1781, la ciudad de Panamá quedo arrasada y prácticamente desolada, con muchos edificios en estado ruinoso y gran cantidad de plazas y solares desiertos.
La Ciudad luego de estos tres siniestros y otros seis que ocurrieron en el siglo XIX, coincidiendo con la merma económica y en las entradas en las arcas públicas, llego a un punto en el que, Bernabeu de Reguart, un alto funcionario de la Real Hacienda española, en un texto con fecha de 1809, describe este proceso de degradación avanzando de la ciudad de Panamá como: “un lugar desolado, impregnado de malos olores y manchado por todos lados de matorrales y lotes vacíos o cubiertos de ruinas, donde no se encontraba un solo retrete –un lejano y solitario intento jamás fue imitado–, y cuyas casas, concluía, estaban tan mal construidas que parecían las notas de un pentagrama”.[3]
Luego de la Independencia de Panamá de España (1821), se celebró el Congreso Anfictiónico en Panamá, convocado por el Libertador Simón Bolívar, en una época en que esta pequeña urbe no contaba con más de 9,000 habitantes, en condiciones sumamente deplorables, tal como lo describe el Ministro Plenipotenciario del Perú, Manuel Vidaurre: “(…) Dos tercias partes de la ciudad están en ruinas y cubiertas de árboles, y plantas salvajes, asilo de las culebras. Las Plazas son montañas y los son también los cementerios. Todo vegeta, y hasta en las paredes interiores de los templos (abandonados) salen ramas que van destruyendo los edificios”.[4]
Durante la celebración del Congreso Anfictiónico de Panamá, del 22 de junio al 15 de julio de 1826, en la Sala Capitular del antiguo Convento de los Franciscanos, murieron lamentablemente, con un mes de diferencia el uno del otro, Mr. L. Childers de 21 años y Mr. J. Le Mesurier de 18 años, enviados en calidad de Secretarios de Edward James Dawkins, Ministro Plenipotenciario Delegado del Rey de Inglaterra, a causa de la Fiebre Amarilla, que endémicamente azotaba nuestro país, y ambos fueron enterrados en Cementerio Británico, luego llamado de los Extranjeros, a las faldas del Cerro Ancón, y sobre cuyas losas de sus tumbas idénticas, fueron inscritos en letras color oro los siguientes epitafios:
"Debajo de esta piedra están enterrados los restos mortales de Leonard Childers, uno de los secretarios de la Legación Británica al Congreso Bolivariano de Panamá, quien murió en este lugar de fiebre amarilla el 14 de junio de 1826. A la edad de 21 años". Sobre la otra tumba reza: “A la sagrada memoria de John Le Mesurier, cuyos restos mortales reposan debajo de esta piedra. Él era el tercer hijo de Thomas Le Mesurier, Rector de Houkin, Inglaterra, (enviado) al Congreso Bolivariano de Panamá. No había estado aquí 14 días cuando había sido atacado por la fiebre amarilla y murió a la edad de 18 años, el 14 de julio de 1826".[5]
Los Estados Unidos de América, también envío dos Delegados a este Congreso, John Sergeant quien llego atrasado cuando este ya se había acabado, y el otro, Richard C. Anderson, quien no pudo ni siquiera llegar a Panamá, pues murió en camino, en la ciudad de Cartagena, precisamente de la mortal fiebre amarilla.
La precariedad entonces del Istmo de Panamá y su insalubridad, trajeron como consecuencia, que el Artículo N°31 del Tratado de la Unión, consignara trasladar a la Asamblea y a los Ministros a la ciudad mexicana de Tacubaya, en mejores condiciones estructurales y sanitarias, a fin de ratificar lo acordado en Panamá y continuar con las tareas pendientes. El cambio de la sede del Congreso, de acuerdo al Ministro Plenipotenciario de Colombia, Pedro Briceño Méndez, sobrino político del Libertador Simón Bolívar, se debió entre otros motivos a:
“La insalubridad del clima, la carestía del país, y las pocas habitaciones de la ciudad para recibir a tantos ministros y proporcionarles alguna comodidad, eran razones demasiados obvias, para oponerse al cambio de sede. (…) La insalubridad del Istmo amenaza inminentemente la vida de los Ministros de México y Centro América (por la fiebre amarilla), algunos de los cuales asisten a las Conferencias estando enfermos”.[6]
El Libertador Simón Bolívar, quien había convocado este Congreso desde el 07 de diciembre de 1824, al margen de las desavenencias, no tuvo que tener objeción, e incluso tuvo que entender perfectamente el miedo a la fiebre amarilla, pues su única esposa, su joven prima, marquesa María Teresa Rodríguez del Toro en 1802, con solo 8 meses de haber llegado de España a Venezuela, contrajo está fatal enfermedad tropical, y murió en medio de escalofríos y fuertes dolores de cabeza.
El siglo XIX, aunque la población local se caracterizó por ser acuciosa en su aseo personal y del hogar, esto no fue óbice para continuar bajo la constante amenaza de contagiarse de enfermedades, tales como: cólera, viruela, sarampión, malaria, fiebre amarilla, disentería, tisis, hidropesía, tuberculosis entre otros, no solo por la poca higiene de la ciudad y falta de centros hospitalarios adecuados, sino también por la gran cantidad de barcos en tránsito, que atracaban en nuestros puertos en ambos océanos y, traían enfermedades desde otras latitudes. Así:
“P.Campbell Scarlett que estuvo de paso por la Ciudad de Panamá (intramuros) en el verano de 1836 en su obra Viajes por América,nos da una visión de abandono, en una urbe repleta de mosquitos, escorpiones y ratas que merodean por las noches los dormitorios. Una ciudad rodeada de húmedos bosques y de impenetrables matorrales, en donde hasta el aire parece que nos asfixia, él termina por concluir “todo ello infecta la atmósfera de olores malos y putrefactos”.[7]
De 1850 a 1855, durante la construcción del Ferrocarril de Panamá, en medio del auge del Gold RushCaliforniano, hubo más de 12,000 muertos entre los trabajadores extranjeros –sobre todo chinos, afroantillanos, norteamericanos y europeos-, producto de las enfermedades, al punto que se afirmaba de forma exagerada que, había enterrado un trabajador por cada durmiente del ferrocarril.
A propósito de estos rieles y durmientes, cabe recordar dentro del realismo mágico que se vivía en el Istmo de Panamá entonces, que: “(…) la misión alemana encargada de estudiar la construcción de un ferrocarril interoceánico en el Istmo de Panamá, concluyó que el proyecto era viable con la condición de que los rieles no se hicieran de hierro, que era un metal escaso en la región, sino que se hicieran de oro”.[8]
A la ciudad de Colón (Aspinwall), que sería la estrenada terminal atlántica del Ferrocarril, la visión de la misma en 1853, por parte de David McCullough, en su obra “Un Camino entre Dos Mares”,la retrata por esa época de la siguiente manera: “En Colón aún no había alcantarillas propiamente dichas, ni cuartos de baño. Basura, gatos muertos y caballos se arrojaban a las calles y por todas partes pululaban ratas de un tamaño descomunal. Y como se tenía la creencia de que la fiebre amarilla era una enfermedad producida por la suciedad (miasmas), Colón se consideraba el gran criadero del mal”.[9]
También se afirmaba, que como muchos murieron solos, sin familiares que los reclamaran o con dirección hacia donde ser enviados, por no gastar en ataúdes y no contar con los cementerios suficientes donde enterrarlos, los cadáveres de estos obreros desconocidos, de manera ingeniosa para recuperar gastos, fueron encurtidos con sal dentro de barriles, embarcados y vendidos por la Compañía del Ferrocarril de Panamá a Escuelas de Medicina y los Hospitales en el Exterior, que necesitaban cuerpos humanos para instruir en anatomía y en la disección de cuerpos a sus alumnos y para entrenar a sus médicos potenciales. Según David McCullough en su citada obra, la Compañía del Ferrocarril: “con las ganancias obtenidas de la macabra exportación construyó un pequeño hospital particular en Colón”.
Luego de 1855, cuando estuvo en funcionamiento el Ferrocarril de Panamá, la gran población extranjera que lo utilizó, producto de la Fiebre del Oro en California (Gold Rush),en constante tránsito por nuestro territorio, muchas veces eran portadores de diversas enfermedades contagiosas o las adquirían en el Istmo como la llamada “Fiebre del Chagres”, que se convertían en verdaderas e incontrolables pandemias, sobre todo en nuestro clima tropical húmedo en época de lluvias.
La situación en el Arrabal de Santa Ana (extramuros), continuaba siendo igual de antihigiénica que intramuros, donde habitaba la población pudiente del país, tal como lo demuestra la publicación de la Estrella de Panamá del 17 de mayo de 1856:
“Hay quejas del mal estado en que se encuentran las calles, llenas de escombros y deshechos. El aspecto es el de una ciudad en ruinas, las basuras se encuentran en descomposición en cada esquina, siendo el foco común de la mayoría de las enfermedades que son tan frecuentes ahí”.
Además, la ciudad de Panamá carecía de un sistema de acueductos y de alcantarillados modernos como los conocemos en la actualidad. La ciudad de Panamá sufrió como mal crónico la carencia de la suficiente agua potable para abastecer a su población para beber y para el aseo, que se colectaba de pozos de brocal, acumulada de la lluvia y, la traída para vender por aguadores en barriles (pipotes) sobre mulas o carretas desde los manantiales del Chorrillo y otros riachuelos cercanos.
Se desconocía en esta época que: “La costumbre de almacenar las aguas de consumo en aljibes, cisternas, estanques y barriles destapados era propicia para el desarrollo de los mosquitos que estaban de plácemes con semejantes condiciones higiénicas”.[10]
Esta constante falta de agua potable adecuada, era la que provocaba los frecuentes vómitos y diarreas entre la población (enfermedades gastrointestinales), y por la cual, las familias pudientes del Casco Antiguo, cuando iniciaba la temporada seca, a fines de enero de cada año, que poseían casas de campo o finca en Las Sabanas, Carrasquilla y Juan Díaz, emigraban hacia ellas, y regresaban a fines de abril, cuando se anunciaban las primeras lluvias y se reiniciaba el año escolar.[11]
En 1863, el médico francés radicado en Panamá, Dr. Èmile Le Bretón informasobreuna epidemia de fiebre amarilla y de viruela que afecta a la población de la ciudad de Panamá, y en 1867 de paso por Panamá, en viaje hacia los Estados Unidos, el diplomático chileno Benjamín Vicuña MacKenna, quien ante el ambiente desolador pero lleno de esperanzas de la pequeña ciudad, expreso: “En Panamá existen dos cosas grandes: su pasado y su porvenir”.
Las enfermedades endémicas continuaron cobrando vidas, no haciendo distinción social y por igual afectando incluso a las más altas autoridades del país, así: “En el mes de marzo de 1868, después de una visita a las islas del Archipiélago de las Perlas, falleció de fiebre amarilla (producida por la picadura del mosquito Aedes Aegypti), el propio Presidente del Estado de Panamá, General Vicente Olarte Galindo”.[12]
En 1869, para solucionar la situación sanitaria deplorable, en que vivían los habitantes de la antigua Ciudad de Panamá, el Presidente del Estado del Istmo, Buenaventura Correoso, organizo una Junta de Notables, a fin que recomienden medidas sanitarias para higienizar la ciudad, debido al cual se procedió a iniciar un proceso de vacunación entre la población, se recomendó construir un acueducto moderno, y promover la recolección de la basura, y la correcta disposición de los desechos, entre otras medidas, siendo una de sus primeras proclamas que:
“Debemos todos contribuir a limpiar el muladar de la Ciénaga, y los muladares de la las murallas, en donde la gente acostumbraba a depositar sus detritus (excretas humanas), y basura de toda índole: los patios del arrabal deben ser limpiados todos los días, y evitar que se acumule en ellos todo material que pueda ser objeto de descomposición”.[13]
En esta época, entre las obligaciones de la servidumbre, estaba botar al mar el contenido del “vaso inmundo”(especie de bacinilla) de sus señores.[14]
Al respecto, el Dr. Belisario Porras (1856-1942), cuenta que siendo aún niño y de visita con su abuela en la ciudad de Panamá, le toco observar con gran tristeza y hasta vergüenza, como unas señoras vaciaban al mar el contenido de estas excretas, para que se las llevara la marea: “(…) vimos venir a tres mujeres de color con rodillos de trapo en la cabeza y sobre los rodillos unos pequeños potes de madera o terracota tapados. Bajaban con gran cuidado la cuesta en donde está ahora la rampa (del antiguo Mercado de San Felipe), y mi abuelita le preguntó a la criada:-y éstas, ¿qué venden?- Estas no venden, doña Francisca, éstas llevan. . . llevan. . . que van a botar al mar desde allí, desde el barranco”.[15]
En cuanto al estado de la salubridad extramuros, en el Arrabal de Santa Ana, “el 31 de julio de 1879, el señor Ramón Vallarino, Jefe de la Junta de Mejoras Públicas señala al Presidente del Estado de Panamá, que era imperdonable estado en que se encontraban los patios del arrabal en donde se criaban marranos, gallinas y otros animales”.[16]
En el Arrabal de Santa Ana, también la población vivía hacinada, tal como lo relata Armand Reclus en su obra “Exploraciones a los Istmos de Panamá y Darién (1886)”, cuando dice que: “Las barracas de los negros de los arrabales y sus estrechas viviendas en la ciudad misma desbordan de gentío y en alto grado de inmundicia”.
El inicio de la construcción del Canal Francés (1881-1889), conlleva además de un mejoramiento de las condiciones económicas del Istmo de Panamá, un crecimiento de la población (20,000 personas en este momento), y a pesar de las grandes inversiones en el aspecto curativo, con personal médico calificado y construcción de modernos hospitales, los franceses no desarrollaron la parte sanitaria preventiva, pues desconocían como se trasmitían la fiebre amarilla y la malaria, al punto que colocaban las patas de las camas de los pacientes dentro de recipientes llenos de agua para evitar que subieran los insectos, sin saber que precisamente así se reproducían las larvas de los mosquitos vectores de la fiebre amarilla.
Así la morbilidad y mortalidad durante este período tuvo un porcentaje muy elevado de muertes, entre los trabajadores panameños y extranjeros, entre el cuerpo consular europeo y norteamericano acreditado en Panamá, y entre los mismos ingenieros y administrativos franceses, reportándose entre estos últimos, la primera víctima de fiebre amarilla, el 25 de julio de 1881, cuando muere un joven ingeniero de apellido Etienne, y 3 días más tarde, el 28 de julio, muere de la misma enfermedad, el Ingeniero francés Henri Bionne, en el barco que lo llevaba de vuelta a Francia, por lo que su cuerpo fue sepultado en el mar.
A manera de ilustración de la tragedia que podía representar para familias enteras esta mortal enfermedad, llamada por algunos como del “Vómito Negro” o “Yellow Jack” (Fiebre Amarilla), por el color de los vómitos que provocaba y por los signos de ictericia por aumento de la bilirrubina en la sangre, que tornan la piel de color amarillento, mostramos el caso del Ingeniero Jules Isidore Dingler, quien fue nombrado como Director General del Canal Francés, y quien pese a las advertencias de sus amigos para que no viajará hacia esta aventura peligrosa, arriba a la ciudad atlántica de Colón, el 01 de marzo de 1883, acompañado de su familia completa.
El Ingeniero Dingler, se construyó una Mansión valorada en 125,000 dólares a las faldas del Cerro Ancón, con bella vista a la Bahía de Panamá y animales selectos, pero que no la pudo disfrutar debido a su tragedia familiar, y a la que sus críticos llamaron “La Folie Dingler”(La Locura Dingler).
Al año de su arribo su hija, Louise, murió de fiebre amarilla en 1884; un mes más tarde, su hijo Jules Jr. de 20 años, muere de la misma enfermedad, y el prometido de su hija, quien los acompañaba, también contrajo esa enfermedad y murió; su esposa muere finalmente en enero de 1885, también de fiebre amarilla, casi un año después de la muerte de su hija, su yerno y su hijo.
Solidariamente, el 03 de enero de 1885, la Asamblea Constituyente del Estado de Panamá nombra a los doctores Pablo Arosemena, Julio Icaza, José A. Céspedes y Belisario Porras para que entreguen a Monsieur Dingler, copia de la resolución en la cual se deplora las terribles desgracias domésticas de que ha sido víctima.[17]
Devastado y sólo, el ingeniero Jules I. Dingler permaneció en las obras del Canal hasta junio de 1885, cuando decidió regresar a París, para nunca más volver al Istmo, que le había arrebatado a todos sus seres queridos.
Así se advierte que, además del fiasco administrativo y financiero del Canal Francés en Panamá, también represento una gran pérdida en vidas humanas, donde: “21,000 franceses perecen en el Istmo, de los cuales 16,000 fueron a causa de la fiebre amarilla”.[18]
En resumen, desde tiempos de la colonia española (1501-1821), pasando por nuestra Unión a la Gran Colombia (1821-1903), no se tomaron las medidas preventivas adecuadas, ni se construyeron centros médicos lo suficientemente idóneos, para atender a los constantes enfermos en el Istmo de Panamá, además que nuestra Bahía, se había convertido, en el natural vertedero de la basura y excretas de la ciudad. El Istmo era temido, por ser factor de enfermedades y muertes, al punto de ser considerado: “la Tumba de los Norteamericanos y Europeos”.
Luego de siglos de esplendor, seguidos de siglos de desidia y olvido de las autoridades, la ciudad de Panamá llego a tal condición deplorable, que el colombiano Rufino Cuervo, después de la llamada “Guerra de los Mil Días” (1899-1902), de paso por nuestro país, expreso la frase lapidaria: “El que quiere conocer a Panamá, que venga porque se acaba”.
En el Istmo de Panamá, en medio de la Guerra de los Mil Días (1899-1902) se da una epidemia de fiebre amarilla, al punto que poco después, el Ingeniero norteamericano John F. Stevens, Jefe de la Comisión del Canal Ístmico (1905-1907), declarara que: “Existen tres enfermedades en Panamá: La Fiebre Amarilla, La Malaria y el Miedo; y la mayor de estas es el Miedo”.
Este miedo a morir “herido por la aguda ponzoña del mosquito”,como alguna vez lamentara el poeta panameño Enrique Geenzier, hizo que el Gobierno Norteamericano, a fin de evitar que continuara la alta tasa de defunciones del proyecto canalero anterior, y previo al inicio de los trabajos de construcción del Canal de Panamá, procediera bajo la estricta Jefatura del Coronel William C. Gorgas, Oficial Jefe de Sanidad de la Comisión Ístmica, a sanear primeramente todas las áreas aledañas a la obra, para garantizar la salud posterior de la enorme fuerza laboral, que al momento de iniciar la construcción del Canal, llego a ser de más de 45,000 obreros, llegados desde más de 40 países del mundo.
“En 1904, gracias a quienes se pavimentaron las calles, se construyó el alcantarillado, y se exterminaron los mosquitos transmisores de las fiebres tropicales (fumigando y vertiendo aceite a las aguas estancadas). Al año siguiente (1905), por primera vez hubo agua potable en la capital (construcción de acueducto), después de lo cual la salud mejoró y la vida dejó de ser una aventura peligrosa en Panamá”.[19]
Trabajos de Pavimentación y Canalización para el Saneamiento de la Ciudad de Panamá (1904-1906), en la antigua Avenida Norte colindante con el antiguo Mercado Público, hoy Avenida Eloy Alfaro, la cual finaliza en su intercepción con Calle 3ra, Sede de la Cancillería de Panamá.
El Llamado “Ejército de Gorgas” en 1904, compuesto por 1,200 empleados contratados por la Comisión del Canal, cuyas brigadas a diario recorrían inspeccionando y fumigando casa por casa los criaderos de mosquitos, en las ciudades terminales de Panamá y Colón.
El Coronel Gorgas, en su titánica misión, al principio encontró todo tipo de reticencias de parte de autoridades y viejas costumbres, pero luego de año y medio comenzó a triunfar sobre este flagelo, aplicando las estrictas medidas sanitarias con su equipo médico, desde su cuartel general en el Hospital de Ancón (antiguo Hospital Central francés), de exigir so pena de multa a las autoridades médicas o relacionadas panameñas denunciar posibles focos de enfermedades, inspeccionar las casas y los diversos establecimientos de prestación de servicios y venta de alimentos para verificar el fiel cumplimiento de las elementales normas higiénicas, enseñar la apropiada inhumación/exhumación de cadáveres, velar por la frecuente recolección de la basura, pavimentación de todas las calles, canalización y drenaje de aguas, limpieza de malezas, colocación de mallas en las ventanas, prevención, vacunación, aislamiento y atención a los pacientes afectados con pastillas de quinina (para que no se convirtieran en focos de reinfección), entre otras enérgicas medidas.
El último caso de fiebre amarilla, se reportó el 23 de diciembre de 1906, éxito que según Gerstle Mack (“La Tierra Dividida”, 1978), cuando el país rondaba los 60,000 habitantes,lo atribuye a que:
"En la erradicación de la fiebre amarilla en Panamá, no hubo nada milagroso: solo ciencia, determinación (apoyo decidido de los altos directivos y autoridades), dinero (elevado presupuesto) y una estupenda cantidad de arduo trabajo. En su guerra contra las enfermedades, la organización norteamericana de salud, tenía dos armas valiosísimas de las cuales carecían los franceses: 1-Un gran dirigente, Gorgas; y 2- El reciente descubrimiento del mosquito como transmisor de la fiebre amarilla y la malaria (por el Dr. Carlos Finlay en Cuba*), los dos azotes fatales del Istmo.”[20]
Coronel William Crawford Gorgas (1854-1920), gracias a cuya férrea y sistemática organización se erradicó el vector de la fiebre amarilla en Panamá. Al fondo, el antiguo Hospital Ancón, desde 1928 Hospital Gorgas, desde donde dirigió su lucha contra este mortal flagelo.
El Coronel Gorgas y su selecto equipo, a partir de 1907 trabajaron en hospitales debidamente equipados con instrumentos modernos y profesionales sanitarios de primera clase, para mantener el éxito obtenido en la erradicación de vectores en la Zona del Canal y en las ciudades terminales de Panamá y Colón, hasta el año de 1913, en que parte hacia África del Sur y Rodesia a tratar de estudiar la malaria que afectaba a mineros de esa región, y finalmente muere en Londrés en 1920, y aunque llego a escribir una obra titulada “Sanitation in Panama” (1915), no pudo cumplir con su último deseo de: “Regresar a Panamá, el jardín del mundo, y pasar (los últimos) años de mi jubilación escribiendo una elegía a la fiebre amarilla”.[21]
A medio milenio de la fundación de la ciudad de Panamá, y a casi un siglo del deceso físico del Coronel Gorgas, y como él logro prever, Panamá es una moderna, confortable y pujante ciudad, con más de millón y medio de habitantes, con lo cual su último deseo ha sido cumplido: una “Elegía a la Fiebre Amarilla”ha sido escrita, y ya puede descansar en paz (R.I.P.).
Bibliografía:
[1]CHANG-RODRIGUEZ, Raque. “Cartografía Garcilasista”.Cuadernos de América sin Nombre N°32. Publicaciones de la Universidad de Alicante, España. (2017). Páginas 185 y 186.
[2]Artículo: “La vida dura del periodo colonial en la ciudad de Panamá”. La Estrella de Panamá, 31 de mayo de 2019.
[3]Ibid.
[4]Carta de M. Vidaurre a José Cavero y Salazar, 11 de julio de 1925, Archivo Porras-Barrechenea del Perú. Citado por Germán A. de la Reza, en su obra “El Ciclo Confederativo: Historia de la Integración de Latinoamérica en el Siglo XIX”.Universidad Nacional Mayor San Marcos, Fondo Editorial, Lima (2012), página 90.
[5]CHARPENTIER H., Eduardo. “Primeros Cementerios de la Ciudad de Panamá”.Revista Cultural Lotería N° 378 de julio-agosto de 1990. Página 45.
[6]BRICEÑO M., Pedro. “Informe del Delegado Colombiano P.B.M. sobre el resultado de las Negociaciones”, Bogotá, 15 de agosto de 1826, O´Leary, Memorias, T.XXVIII, paginas 564-574.
[7]Citado por Jorge Conte-Porras, en su artículo “Algunas referencias sobre la salud del Istmo de Panamá en el siglo XIX”.Suplemento Épocas, Agosto de 1997, página 10.
[8]GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel. “La Soledad de América Latina”.Fragmento de Discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura. Suecia (1982)
[9]Citado por Linett Lynch, en su artículo “Fiebre Amarilla y Malaria, obstáculos en la Construcción del Canal”.Publicado en la Estrella de Panamá el 21 de julio de 2014.
[10]PRECIADO, Alfonso. “La Higiene en Panamá”.Publicado en 1915. Página 98.
[11]PIZZURNO; Patricia. “Panamá en la Historia: Aspectos de la vida cotidiana del patriciado panameño a inicios del siglo XX”.Revista Tareas N°112, Panamá, septiembre-diciembre de 2002.
[12]Op. Cit, CONTE-PORRAS, Jorge. “Algunas referencias sobre la salud del Istmo de Panamá en el siglo XIX”.
[13]Op. Cit. Jorge Conte-Porras.
[14]LEIS, Raúl. “La Ciudad Imaginada: Las Aristas del Poder”. Revista Cultural Lotería N° 427 de Noviembre/Diciembre de 1999. Panamá. Página 40.
[15]PORRAS, Belisario. “La Sanidad de la Ciudad de Panamá a principios de siglo“.Revista Cultural Lotería N°s 38 y 39 de enero-febrero de 1981. Panamá. Página 68
[16]Ibid. Jorge Conte-Porras.
[17]SUSTO, Juan Antonio. “Efemérides de Enero”.Revista Cultural Lotería N°92 de enero de 1949. Página 4.
[18]FIGUEROA NAVARRO, Alfredo. “Visión de Panamá durante la Época del Canal Francés“. Revista Cultural Lotería N°292 de julio de 1980. Panamá. Página 19.
[19]Op.Cit. Patricia Pizzurno.
[20]ROY, Alonso. “La Mano de Obra en el Canal de Panamá”.Visto el 05/06/2019 en el blog: http://www.alonso-roy.com/cp/cp-11.html
*El día de nacimiento del Dr. Carlos J. Finlay, el 3 de diciembre, se conmemora, el Día Internacional del Médico, que reivindica el aporte del Dr. Finlay, al descubrimiento del Aedes Aegipty como trasmisor de la Fiebre Amarilla.
[21]SANCHEZ, Guillermo. “El Laboratorio Conmemorativo Gorgas: su historia y su labor”.Revista Cultural Lotería N° 222-223 de agosto-septiembre de 1975. Página 11.